La Rana que quería ser una rana auténtica
Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.
EL ECLIPSE
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intento algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de si cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.
Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y espero confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles
EL BURRO Y LA FLAUTA
Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.
El Conejo y el León
Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de
investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo
observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y
costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los
humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al
Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de
mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas
presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo
había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El León estremeció la Selva con sus rugidos,
sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus
garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un
instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad el celebre
Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el
León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más
valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por
el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de
perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que
comprende y que después de todo no le ha hecho nada.La sirena inconforme
Usó todas sus voces, todos sus registros; en cierta
forma se extralimitó; quedó afónica quién sabe por cuánto tiempo.
Las otras pronto se dieron cuenta de que era poco lo
que podían hacer, de que el aburridor y astuto Ulises había empleado una vez más
su ingenio, y con cierto alivio se resignaron a dejarlo pasar.
Ésta no; ésta luchó hasta el fin, incluso después de
que aquel hombre tan amado y deseado desapareció definitivamente.
Pero el tiempo es terco y pasa y todo vuelve.
Al regreso del héroe, cuando sus compañeras,
aleccionadas por la experiencia, ni siquiera tratan de repetir sus vanas
insinuaciones, sumisa, con la voz apagada, y persuadida de la inutilidad de su
intento, sigue cantando.
Por su parte, más seguro de sí mismo, como quien había
viajado tanto, esta vez Ulises se detuvo, desembarcó, le estrechó la mano,
escuchó el canto solitario durante un tiempo según él más o menos discreto, y
cuando lo consideró oportuno la poseyó ingeniosamente; poco después, de acuerdo
con su costumbre, huyó.
De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea “el
Húmedo” en nuestro seco español, posteriormente proclamado patrón de las
vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras
contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan
por las cubiertas de sus vastos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras
causas perdidas.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario